El Lenguaje: un transmisor de Cultura

Podríamos comenzar definiendo: ¿Qué es lenguaje?

El lenguaje es la FACULTAD- CAPACIDAD del ser humano para expresarse. Funciona como un transmisor de cultura y conocimiento, y estas transmisiones que realizamos a través del lenguaje están atravesadas por la cultura y el lenguaje que hemos recibido de nuestros padres, el contexto social en el que habitamos y las experiencias vividas a lo largo de nuestra historia. El lenguaje es flexible y puede cambiar a lo largo del tiempo, porque quienes portamos el lenguaje somos nosotros, quienes simbolizamos las experiencias que vivimos a través del mismo.

¿Desde cuándo influye el lenguaje en una persona? Desde antes del nacimiento.

El lenguaje existe antes de que un bebé nazca. Porque ese bebé es alojado aun antes de su concepción: “cuando yo tenga un bebé, lo voy a llamar así, le voy a enseñar estos principios.” Y cuando el bebé está en la panza de su madre, ya existe en el mundo simbólico y es alojado ahí a través de las palabras, es nombrado y tiene un lugar en la vida de sus padres, que se va construyendo día a día en la lengua de ellos.

Cuando el niño nace, la función del lenguaje se torna aún más poderosa; porque ese baño verbal en el que el niño fue alojado ahora es real, y todas las palabras respecto de su identidad comienzan a ser transmitidas y a marcar el destino y el propósito del alma que llega al mundo.

¿Cómo trasciende la cultura en el tiempo?

En las escrituras podemos observar cómo nuestro Dios dio a conocer por medio de Moisés un lenguaje de vida para su pueblo. Cuando ellos reciben la Torá junto con el gran mandamiento (Deut. 6:4), Moisés les da una ordenanza que ellos y nosotros deberíamos perpetuar a través del tiempo en nuestro lenguaje y cultura. Nuestro Padre diseñó una manera muy efectiva de transmitir cultura a través de las generaciones, Él les enseña el Shemá y les ordena lo siguiente:

“Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón, y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas, estando en tu casa, andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”.
Deuteronomio 6:6-7
Podemos observar como la imitación, la manera más primaria de aprender se pone en juego: 4 veces al día tenían que hablar las palabras, repetirlas y transmitirlas. Para no olvidar sus mandatos, para internalizarlos, y así poder transmitirlos y enseñarlos de generación en generación.

Más adelante, en el capítulo 7, Dios les da instrucciones sobre qué hacer en la tierra en la que ingresarían. Él los manda a destruir todo lo que había quedado en esa tierra, inclusive les dice; no harás alianza ni emparentarás con las otras naciones, no darás tu hija a su hijo, ni viceversa, porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos.

“Mas así habéis de hacer con ellos: sus altares destruiréis, y quebraréis sus estatuas, y destruiréis sus imágenes de Asera, y quemaréis sus esculturas en el fuego. Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra”.
Deuteronomio 7:5-6
Este pasaje nos ilustra cómo ellos no podían dejar nada, ni convivir con nada de una cultura distinta, vieja, de maldición. Tenían que destruir todo para vivir en la tierra que Dios les entregaría de acuerdo a este lenguaje de vida que les había sido dado, y que necesitaba ser transmitido de generación en generación y preservado sin contaminación.
Él nos dejó la Torá como lenguaje de vida, para que nos vaya bien, y no solo eso, sino que la escribió en nuestra mente y corazón.
Entonces, ¿cómo hago para limpiarme de mi cultura y lenguaje y recibir SU cultura? Como dijimos anteriormente, el lenguaje es flexible y tenemos la capacidad de cambiarlo en nuestro presente:

EL LENGUAJE NOS PERMITE CREAR UNA REALIDAD POSIBLE EN EL PRESENTE Y PROYECTARLA HACIA EL FUTURO.

El presente es una buena oportunidad para reformar tu lenguaje y transmitir una cultura distinta a tus generaciones.
Hoy podemos hacer un alto y examinar nuestro lenguaje y cultura. Abracemos su ley, sus mandatos, así como Dios hizo con su hijo, nos mostró cómo amar, cómo hablar, cómo conducirnos. Él nos mostró que la esencia de la ley es el Amor.

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